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Santa María la Mayor y San Julián

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Equipo parroquial

Somos los sacerdotes que llevamos adelante al tarea pastoral de esta parroquia. Estamos para ayudar y acompañarte en este camino de fe.

Antonio Nadales Navarro

Párroco

Jhonny Sanchez Rivas

Vicario Parroquial

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Reflexión Dominical

Nos dice San Lucas al comienzo de su libro de los Hechos de los Apóstoles que “Jesús se presentó a los apóstoles después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, y, dejándose ver de ellos durante cuarenta días, les habló del reinado de Dios. Una vez que comían juntos les recomendó: -No os alejéis de Jerusalén; aguardad a que se cumpla la promesa del Padre, de la que yo os he hablado. Juan bautizó con agua, vosotros, en cambio, dentro de pocos días seréis bautizados con Espíritu Santo…Recibiréis una fuerza que descenderá sobre vosotros, para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines del mundo. Dicho esto, lo vieron subir, hasta que una nube lo ocultó a sus ojos. Mientras miraban fijos al cielo viéndole irse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco que les dijeron:
– Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando 
al cielo? El mismo Jesús que se han llevado de aquí al cielo, volverá como lo habéis visto marcharse.”- (Hch 1,3-11) 

Nuestra mentalidad occidental tiende a preguntarse: – ¿Qué sucedió?, ¿cuándo?, ¿dónde? – La pregunta correcta es: ¿qué nos quiere decir el autor con este relato? 

Viéndolo así, los textos son fuertemente coincidentes, mientras que desde nuestra curiosidad por el mero suceso parecen fuertemente divergentes. 

No hemos de imaginar la Ascensión y la Glorificación de Jesús como hechos que se suceden temporalmente, como si primero hubiera ocurrido la resurrección, luego, a los cuarenta días, la Ascensión, y finalmente la Glorificación. Todo constituye un único y gran misterio de la nueva vida gloriosa de Cristo. Pero los conceptos distintos y su separación en el tiempo y en el espacio, tienen la ventaja de descubrirnos nuevos e importantes matices del misterio de la vida nueva del Señor. 

Los “cuarenta días” es un número simbólico muy usado en la Biblia sin correspondencia con lo expresado. Es mucho tiempo, pero sin precisar cuánto. 

Cabe pensar que, después de la resurrección, Jesús, ya vivo, pero, de suyo invisible a los ojos mortales, se dejó ver de los discípulos al principio con frecuencia, para darles la certeza de que vivía y animarlos para la dura tarea que les esperaba, dejándoles experimentar el gozo inefable de su compañía gloriosa.

Sin duda, los encuentros, apariciones o experiencias de Jesús vivo se fueron espaciando. Pasado un tiempo, Jesús no se dejó ver más. Dando forma a esta situación, hubo que poner una aparición que fue la última a modo de despedida, y una partida a algún lugar, que no podía ser otro que el cielo, que siempre ha simbolizado la morada de Dios. 

Así con la Ascensión al cielo, se nos presenta a Jesús concluyendo su vida terrena, y dando comienzo a su vida gloriosa al lado del Padre. San Lucas, como hemos leído al comienzo, ve en la Ascensión el hecho que divide ambos tiempos, el tiempo de Jesús y el tiempo de los Apóstoles o de la Iglesia. 

Detengámonos, brevemente, en ambos conceptos: Exaltación y Misión.  

Otro testimonio de Exaltación de Jesús y de Misión lo tenemos en San Mateo, al final de su evangelio podemos leer: “Los once discípulos fueron a Galilea, al monte donde Jesús los había citado. Al verlo se postraron ante él los mismos que habían dudado. Jesús se acercó y les habló así: -Se me ha dado plena autoridad en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todas las naciones, bautizadlos en el nombre del Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, y enseñadles a guardar todo lo que os he mandado; mirad que yo estoy con vosotros cada día, hasta el fin del mundo”. (Mt 28,16-20) 

LA EXALTACIÓN

Es el tema en que culmina el mensaje de la Resurrección. Ésta es presentada como el triunfo sobre la muerte, la liberación del poder del mal. La Ascensión representa la exaltación definitiva, la consagración como Señor. Corresponde, por oposición, a la humillación que representa “despojarse de su condición divina”, “hacerse pecado”, “humillarse hasta la muerte y muerte de cruz”. Es el triunfo último, la proclamación de Jesús Primogénito, en quien se revela todo el designio de Dios: su aceptación de la voluntad de salvación del Padre, que pasa por la humillación para llegar a la plenitud. 

La humillación es presentada con la simbología básica del “descenso”. 

Paralelamente, la exaltación es presentada con la simbología básica del ascenso: “subió a los cielos”. Pero esta exaltación no es simplemente la de un hombre. Es la manifestación definitiva del Hijo y, por tanto, es acompañada con los signos acostumbrados de las teofanías: la nube, la voz, los hombres de vestidos resplandecientes, la “situación definitiva” como Rey del Universo, “sentado a la diestra de Dios”. 

Encontramos en estos relatos el último acto de fe de los testigos de Jesús, hecho hombre por cumplir la voluntad de salvación del Padre, que ocupa su lugar, el que le corresponde por naturaleza divina. 

Unida al sentido conclusivo de la Ascensión, está la glorificación que el Padre otorga al Hijo, al Dios hecho hombre, dándole el más alto honor en el cielo, junto a sí mismo, y por encima de todos los seres creados. Esto es lo que hemos de entender por la expresión “sentado a la derecha de Dios Padre”. Jesús queda constituido en “Señor” de toda la creación. En adelante, el nombre o título de 

SEÑOR será el preferido por los cristianos para designar a Jesucristo, significando su condición divina. 

Al mismo tiempo, Jesús está allí para interceder por nosotros, los que peregrinamos todavía por esta tierra, suspirando por una morada más feliz. Jesucristo, que es nuestro hermano, y Cabeza de toda la familia humana, ha subido el primero para prepararnos un lugar. Allí ora por nosotros y presenta al Padre nuestras oraciones y nuestras buenas obras. Jesús es nuestro Mediador, “el único Mediador que nos ha sido dado entre Dios y los hombres” (1Tm 2,5) por cuya intercesión el Padre nos concede las gracias que necesitamos. 

LA MISIÓN

El esquema seguido por los evangelistas es un clásico en las “vocaciones de misión” de toda la Escritura: Yo (Jesucristo), con el poder de Dios, te elijo y te envío, y estaré contigo. 

Es evidente que, en los relatos de la Ascensión-Misión, Jesús se pone en el lugar de Dios Padre, Yahveh. La misión aparece como el elemento fundamental de los relatos: la misma misión de Jesús, recibida del Padre, es la misión de los discípulos, recibida de Jesús, el Hijo.  

Y esto es lo que verdaderamente sucedió: Jesús, la Palabra de Dios Padre, se encarnó en el seno de María Virgen, puso su tienda entre nosotros, se despojó de su rango, se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz, por lo cual 

Dios le exaltó resucitándole de entre los muertos al tercer día, lo sentó a su diestra en la gloria, lo nombró Juez de vivos y difuntos al final de los tiempos, y nos dejó la fuerza de su Espíritu para que llevemos a cabo en el mundo la 

Misión que su Padre le encomendó. Este es el misterio de Jesucristo, que los pobres ojos de los discípulos contemplaron, que sus sucias manos tocaron y, que sólo con la luz del Espíritu, descifraron. 

A modo de conclusión breve podemos decir, el mensaje único de los textos (dos de Lucas, uno de Marcos y otro de Mateo) es simple: Jesús exaltado como Señor  (Hijo de Dios) encomienda a los discípulos su misión.

Antonio Nadales Navarro

Sacerdote